En 2025, la tasa de desempleo femenino en Chile alcanzó el 10,1% en el trimestre móvil marzo–mayo, superando los dos dígitos por primera vez desde la pandemia. Aunque la participación laboral femenina creció un 1,4%, la creación de empleo avanzó solo un 0,5%, lo que tensiona el mercado y amplía la brecha de género. La ocupación femenina se mantiene en 47,7%, frente al 64,1% masculina, y el desempleo de larga duración afecta al 15,9% de las mujeres, con efectos negativos sobre empleabilidad futura.
El 70% del desempleo femenino corresponde a mujeres con educación media o inferior, concentradas en sectores de baja productividad y alta informalidad (26%). En contraste, las mujeres con educación universitaria presentan menores tasas de desempleo (6,2%) y mayor estabilidad contractual, aunque enfrentan techos de cristal y brechas salariales persistentes. La educación superior mejora la inserción formal, pero no elimina las fricciones estructurales ni la penalización por maternidad. Este fenómeno responde a factores como la sobrecarga de cuidados (68,8% del trabajo doméstico recae en mujeres), la segregación ocupacional y los desincentivos económicos que limitan la inserción formal. La subutilización del trabajo femenino reduce el PIB potencial, debilita la base tributaria y amplifica la pobreza previsional.
Desde una perspectiva de política pública, se requieren intervenciones multivectoriales: expansión del sistema nacional de cuidados, incentivos a la contratación femenina en sectores dinámicos, flexibilidad laboral con corresponsabilidad, cierre de brechas digitales y mecanismos de transparencia salarial. La educación técnica y superior debe articularse con pasarelas sectoriales, certificación de competencias y formación continua, especialmente en áreas STEM, logística y servicios avanzados.
Sin una estrategia integral basada en evidencia, la brecha no se cerrará. El trabajo de las mujeres no es un complemento: es un activo económico central para el desarrollo sostenible.